Tú y yo somos muy diferentes. Y digo diferentes en algo substancial, central y trascendente (e imagínense todas las acepciones posibles de “primordial) para enfrentarse a todas y cada una de las situaciones que se puedan llegar a presentar en esta cosa rara que se llama vida.
Una cosa muy rara y que se puede definir a partir de la unión de todas las palabras presentes en el diccionario sumándoles un sentimiento.
Acabo de ver tus ojos alzarse hacia el cielo como implorando por favor que salga de este refugio, y es que en tu cabeza no cabe la idea de que alguien pueda inventar un suicidio hogareño, que pretenda quedarme sentada en la cama para que no me encuentres. Para que no sepas que vivo acá dentro. Para que no vuelva a sonar tu voz llamando mí nombre. Para que te olvides de mí. Cómo serás de testarudo para no entender que tú y yo somos muy diferentes. No vuelvas a hablarle a mi madre, a preguntarle por mi, haz como que no existo.
Como hacer que no existes, si tú presencia es el último recuerdo que tengo al hacer el recuento diario de acontecimientos banales sucedidos.
Y digo banales, por que lo son en tú ausencia.
Tú madre me dijo que tenías trece. Creo que esa es la única diferencia entre nosotros: dos años. Dos, dos. Es el número escogido en el bingo del amor. ¿Porque te escondes de mí? Sé que estás ahí dentro, que tu hermana miente (por cierto muy mal). Volveré en una hora, lo haré. Tendré que encontrarte en algún límite no muy largo impuesto por una cosa muy rara que se llama tiempo y que se puede definir rompiendo y volteando todos los números del reloj una y otra vez. Como las vueltas que sigo dando alrededor de tu muerte impuesta por la vergüenza. Eres una cobarde pelirroja.
domingo, 13 de diciembre de 2009
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